El presidente ruso se aisló con consejeros radicales y endureció el control social en medio de una crisis de popularidad
Siete mil palabras para entender la visión imperial de Putin
Pocos días después de que Vladímir Putin diera la orden de invadir Ucrania, los servicios de inteligencia de Estados Unidos advirtieron de que uno de los factores que podía haber llevado al presidente ruso a lanzar una operación militar a gran escala era su aislamiento durante la pandemia del coronavirus. En Rusia, la COVID no solo supuso un antes y un después para los centenares de miles de familias que perdieron a sus seres queridos, sino que también marcó un punto de inflexión en la trayectoria de un líder y un régimen que se encerraron en sí mismos y se volvieron más agresivos.
Crisis de popularidad
Hace cinco años, cuando estalló la crisis de la COVID, el Kremlin atravesaba un momento muy delicado. Putin se preparaba para someter a referéndum una reforma constitucional que eliminaría la limitación de mandatos y le permitiría perpetuarse en el cargo hasta 2036. La economía marchaba bien, estable, pero la popularidad del presidente llevaba tiempo estancada desde que, en 2018, los pensionistas protagonizaron una revuelta inédita ante el anuncio del aumento de la edad de jubilación. La gestión de la emergencia sanitaria le hubiera podido ayudar a resarcirse, pero tuvo el efecto contrario.
Al principio, Putin ignoró la amenaza del virus y el mismo portavoz del Kremlin llegó a decir que en Rusia “de facto, no había epidemia”. Luego, cambió de estrategia: decretó confinamientos excesivos sin aprobar el estado de emergencia, de modo que los afectados por el cese de la actividad económica no pudieron pedir ayudas, y delegó en los gobiernos regionales la respuesta a la crisis.
Las autoridades ocultaron las cifras reales de muertos y dieron órdenes a hospitales de no atribuir a la COVID determinadas defunciones. Según los analistas, el exceso de mortalidad en 2020 en Rusia indica que hubo al menos tres veces más muertes por coronavirus de las que el Gobierno admitió, lo cual agravó la desconfianza entre la ciudadanía.
Nuevas herramientas de control social
Otro hecho que originó numerosas teorías de la conspiración fue la caída por la ventana de tres médicos en circunstancias sin aclarar. Los tres habían criticado la gestión sanitaria de las autoridades. Dos de ellos murieron.
Al margen de estos episodios, existen evidencias de que el Kremlin usó la pandemia para endurecer su control sobre la sociedad. Un informe del think tank estadounidense Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) apunta a que Putin dio más poder a los servicios de seguridad, implementó un sistema de vigilancia digital masivo y estrechó el cerco a los medios de comunicación.
Según este grupo de investigación, a partir de aquel momento las autoridades rusas “refinaron” estas herramientas para reprimir a los críticos y mantenerse en el poder. Fue en plena pandemia también, en agosto de 2020, cuando los servicios secretos rusos intentaron envenenar al líder opositor Alexei Navalni.
Putin, aislado
Con el índice de aprobación más bajo en 20 años, Putin decidió encerrarse. A pesar de haber menospreciado el riesgo de contagio y de que nunca se le vio con mascarilla, su reacción denotó un miedo a la infección casi paranoide. Se refugió en su residencia de campo, a unos 25 minutos de Moscú, se hizo instalar un túnel de desinfección de muy dudosa eficacia y obligó a todos aquellos que lo visitaran a guardar cuarentena antes de verlo. El resultado fue que el presidente ruso dejó de aparecer en público y se hizo esquivo hasta para los miembros de su gobierno.
Solo un círculo muy reducido de fieles se mantuvo a su lado. El excorresponsal en Moscú Xavier Colás describe en su libro Putinistán que de este núcleo formaban parte sobre todo amigos del FSB (el antiguo KGB) y nostálgicos imperialistas radicales. Además, añade, para no contrariar al presidente ruso y verse apartadas, las personas de este entorno empezaron a omitir en sus informes las malas noticias y se limitaron a reafirmar y alimentar sus ideas. Según su relato, “Ucrania era una ficción desagradecida y Europa un guerrero reacio. Si el zar lanzaba su cruzada, los rusos pasarían el bache más o menos como en 2014 y Moscú prevalecería como había hecho a lo largo de los siglos”. En 2014, Putin también había afrontado una crisis de popularidad y la anexión de Crimea relanzó su imagen.
¿Fue durante aquel aciago confinamiento, aislado entre lecturas nacionalistas y rodeado de consejeros con ánimo belicista el momento en el que Putin decidió que quería invadir Ucrania? En este mismo libro, el periodista británico experto en relaciones internacionales Ben Judah reflexiona: “Siempre se dijo que la pandemia tendría importantes consecuencias históricas. Y creo que esta es una de ellas, el cambio en estos autócratas tan aislados que llegaron a la conclusión de que podrían tomar medidas mucho más agresivas y audaces contra su sociedad y contra Occidente, porque al fin y al cabo fue fácil encerrar a la sociedad durante el apogeo de la crisis del coronavirus”. Para Colás, “el aislamiento de la COVID fue otra de las semillas de la guerra”, que llevaba gestándose al menos desde 2014, cuando estallaron las protestas del Maidán a favor de acercar Ucrania a Europa y alejarla de Rusia.
En marzo de 2022, después de que prácticamente todos los expertos hubieran errado al pronosticar que Rusia no se atrevería a atacar a Ucrania, el mundo se preguntó “¿por qué?”. Los espías estadounidenses, que ya habían advertido a sus aliados, pusieron encima de la mesa la hipótesis del aislamiento del líder del Kremlin como uno de los factores clave, además de la urgencia para asegurar su legado. Los servicios europeos añadieron que la reclusión con un reducto complaciente de acólitos también había favorecido el error de cálculo que convirtió una “operación especial” de tres días en una guerra de más de tres años.
Cuándo y por qué tomó la decisión de invadir Ucrania solo lo sabe Putin, pero nadie volvió a ser el mismo después de aquel 2020. Tampoco él.