Javier García Campayo: «Nuestros abuelos tenían menos comodidades, pero también menos sufrimiento psicológico»

El psiquiatra defiende que antes había «mayor tolerancia a la frustración, mientras que hoy cualquier contratiempo genera un sufrimiento emocional desproporcionado»

¿Nos pasamos de frenada con la búsqueda de la felicidad de nuestros hijos?

En un mundo hiperacelerado donde la productividad parece ser el único indicador de éxito, Javier García Campayo defiende la pausa como una necesidad vital. Psiquiatra, catedrático en la Universidad de Zaragoza y director del Máster de Mindfulness de la misma institución, lleva años investigando cómo la meditación puede transformar la salud mental y emocional.

Su visión es clara: el mindfulness no es una moda ni un concepto místico, sino una herramienta con efectos medibles en la arquitectura cerebral y en la prevención del estrés y la depresión.

En su reciente visita a Mallorca, ha impartido un curso sobre los Brahmaviharas, antiguas prácticas meditativas que cultivan el amor benevolente, la compasión, la alegría empática y la ecuanimidad.

Usted integra medicina y meditación, ciencia y espiritualidad. ¿Cuál diría que es el núcleo común que conecta estas disciplinas, actualmente bastante separadas?

Actualmente, hay un fuerte movimiento en la ciencia, la psicología, la psiquiatría y la educación que redescubre y estudia las tradiciones meditativas y espirituales, cuya eficacia en el bienestar humano ha sido científicamente comprobada. La investigación se centra en evaluar estas técnicas, adaptarlas y determinar en qué personas o contextos resultan más efectivas, siguiendo un enfoque similar al de la psicoterapia y los medicamentos. En este sentido, la neurociencia juega un papel clave en identificar sus beneficios específicos.

¿Cuáles son los hallazgos científicos más sólidos que respaldan la legitimidad de la meditación?

La evidencia científica, especialmente en medicina, confirma los beneficios del mindfulness, su forma más estudiada. Se ha demostrado que es una terapia eficaz para prevenir la depresión recurrente, situándose al nivel de los tratamientos farmacológicos. También ha mostrado efectividad en ansiedad, adicciones, manejo del dolor y cualquier condición vinculada al estrés.

Uno de los hallazgos más sólidos es que la meditación es una de las mejores herramientas para la gestión del estrés crónico, un factor clave en enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos psicosomáticos e incluso ciertos tipos de cáncer. Además, estudios recientes indican que una práctica meditativa sostenida durante al menos una década puede aumentar la esperanza de vida, incluso controlando factores como dieta y ejercicio. Su capacidad para reducir el estrés crónico la convierte en una estrategia fundamental para la prevención de enfermedades y la promoción de la longevidad.


«La meditación es una de las mejores herramientas para gestionar el estrés crónico», afirma Javier García Campayo.

La tecnología ha disparado la falta de atención, especialmente en niños y adolescentes. ¿Cómo podemos reconducir esta situación?

La sociedad actual tiene la menor capacidad de atención de la historia debido a la hiperestimulación tecnológica, no solo por redes sociales, sino por la tecnología en general. Esta sobrecarga de estímulos afecta negativamente el bienestar psicológico y explica el auge de técnicas como el mindfulness.

La neurociencia ha demostrado que una mente estable y atenta es más feliz y equilibrada, mientras que una mente dependiente de estímulos constantes sufre más. Esto se observa especialmente en la educación, donde la capacidad de concentración de los alumnos ha disminuido drásticamente en las últimas décadas.

Para revertir esta tendencia, es clave fortalecer la atención plena mediante técnicas como el mindfulness y reducir la cantidad de estímulos diarios. La hiperestimulación genera adicción y una intolerancia al aburrimiento, afectando la concentración. Además de la meditación, es fundamental un cambio social e individual que fomente la recuperación de la atención, la calma y la estabilidad mental.

La neurociencia ha demostrado que una mente estable y atenta es más feliz y equilibrada, mientras que una mente dependiente de estímulos constantes sufre más

¿Cómo podemos superar el miedo a descubrirnos y conectar con nosotros mismos?

El miedo existencial en Occidente está ligado a la pérdida de conexión espiritual, que no requiere una religión específica y puede surgir en cualquier contexto meditativo. La meditación, sea cristiana, budista, hindú o laica, permite acceder a un estado de silencio interior, interrumpiendo el diálogo mental constante que genera angustia. Como psiquiatra, observo que muchas personas sufren precisamente por su incapacidad de silenciar esta charla interna.

A medida que la meditación reduce este ruido interno, facilita una conexión profunda con la realidad, el universo o el cosmos, generando espontáneamente una espiritualidad natural. Esta experiencia no depende de creencias religiosas y puede ser vivida incluso por ateos o agnósticos. En definitiva, la meditación es una vía para trascender el miedo existencial al permitirnos conectar con nuestra dimensión espiritual inherente.

La meditación, sea cristiana, budista, hindú o laica, permite acceder a un estado de silencio interior, interrumpiendo el diálogo mental constante que genera angustia

¿Cómo saber qué tipo de meditación nos conviene y cómo iniciarnos en la práctica?

Para iniciarse, el mindfulness es una de las opciones más accesibles, con cursos grupales, sesiones guiadas y recursos en línea. Aunque todas las técnicas meditativas aportan beneficios, cada persona responde mejor a diferentes enfoques. Algunas personas prefieren meditar enfocándose en la respiración, otras en sensaciones corporales, y otras necesitan técnicas en movimiento. Aproximadamente un 20% de la población encuentra difícil la meditación estática y se beneficia más de prácticas dinámicas como yoga, tai chi o chi kung. Lo esencial es probar distintas modalidades con apertura hasta encontrar la que mejor se adapte a nuestras necesidades y preferencias, permitiendo así una práctica más profunda y sostenida.

En medio del ruido externo, ¿cómo podemos identificar nuestros valores auténticos?

Muchas personas nunca han reflexionado sobre sus valores fundamentales, lo cual es crucial para afrontar la adversidad. En consulta, al preguntar por el sentido de su vida, muchos pacientes se sorprenden, pero definirlo ayuda a no quedar atrapado en la identidad de “enfermo” o “víctima” ante dificultades como una enfermedad crónica.

Un ejercicio eficaz para descubrir los valores esenciales es proyectarse mentalmente hacia el final de la vida, imaginando retrospectivamente qué consideraremos verdaderamente importante a los 80 años. En general, lo que emerge como auténticamente valioso son dos cosas: primero, las relaciones afectivas significativas, las personas que hemos querido y que nos han querido; y segundo, la contribución que hayamos hecho al mundo, aquello que hayamos aportado para que nuestro entorno sea un poco mejor. 

Aspectos como el éxito material, la fama o el dinero pierden importancia o directamente se vuelven irrelevantes. Esta reflexión profunda permite reconocer si se ha invertido demasiado tiempo en lo superficial y ayuda a vivir con mayor coherencia, enfocándose en lo que realmente da sentido a la vida.

Un ejercicio eficaz para descubrir los valores esenciales es proyectarse mentalmente hacia el final de la vida, imaginando retrospectivamente qué consideraremos verdaderamente importante a los 80 años. Aspectos como el éxito material, la fama o el dinero pierden importancia o directamente se vuelven irrelevantes

Krishnamurti dijo que: “No es signo de buena salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. 

La clave está en la experiencia personal. En cursos y retiros, suelo preguntar: “¿Alguna vez habéis encontrado fuera algo que os haya dado una felicidad estable y duradera?” La mayoría busca la felicidad en factores externos y materiales, pero la auténtica felicidad surge en el interior, algo que solo se comprende a través de la propia experiencia.

La meditación es una herramienta poderosa para reconectar con nosotros mismos y liberarnos de la dependencia del consumismo sin necesidad de aislamiento ni cambios radicales. Es posible vivir plenamente en sociedad —trabajando, interactuando y cumpliendo responsabilidades—, pero sin caer en la trampa de buscar la felicidad en lo externo. Muchas personas han despertado a esta verdad sencilla: la felicidad genuina no depende de factores materiales, sino de nuestra relación interna con nosotros mismos.

Usted lidera un máster pionero en mindfulness y técnicas meditativas relacionadas. Desde su perspectiva, ¿qué cambios fundamentales deberían producirse en el sistema educativo?

En las últimas décadas, la educación ha evolucionado hacia un mayor reconocimiento de la educación emocional y de otras formas de inteligencia, como la inteligencia emocional. En este contexto, técnicas como el mindfulness ya se están incorporando en colegios, institutos y universidades, lo cual es crucial, especialmente porque la salud mental de los estudiantes universitarios es cada vez más frágil. Sin embargo, hay dos grandes desafíos. El primero es que vivimos en una sociedad donde prima el consumo inmediato y la baja tolerancia al esfuerzo, lo que choca con la naturaleza de las prácticas meditativas, que requieren constancia y disciplina. El segundo desafío es la sobreestimulación tecnológica, que ha reducido drásticamente la capacidad de atención de los estudiantes.

Por ello, considero que el sistema educativo necesita dos cambios fundamentales. En primer lugar, la práctica del mindfulness y técnicas similares debería fomentarse de manera generalizada para fortalecer la atención plena, la calma mental y la gestión emocional. En segundo lugar, no basta con incorporar estas técnicas si no abordamos el problema estructural que representa la sobrecarga de estímulos en la vida de los estudiantes. Es necesario repensar el entorno educativo para reducir la saturación de estímulos externos y favorecer una atención más estable y profunda. No existe una solución sencilla, pero sí podemos empezar generando espacios que valoren la concentración y el esfuerzo sostenido, porque de ello depende en gran medida el bienestar mental y emocional de las futuras generaciones.

Vivimos en una sociedad donde prima el consumo inmediato y la baja tolerancia al esfuerzo, lo que choca con la naturaleza de las prácticas meditativas, que requieren constancia y disciplina. El segundo desafío es la sobreestimulación tecnológica, que ha reducido drásticamente la capacidad de atención de los estudiantes

¿Dónde se encuentra en estos momentos la vanguardia del estudio sobre la conciencia humana?

Estamos en un momento fascinante para el estudio de la conciencia, con múltiples universidades y centros de investigación en todo el mundo dedicando esfuerzos a su exploración. Se está superando el paradigma reduccionista que la considera solo un fenómeno cerebral o material, y la investigación avanza hacia enfoques más integradores. Un área de gran interés es la llamada “conciencia expandida”, que investiga estados donde la percepción trasciende las limitaciones habituales del espacio y el tiempo. Estudios recientes sugieren que la conciencia podría acceder a información que, desde un punto de vista convencional, parecería inaccesible, incluyendo eventos del pasado o incluso ciertas anticipaciones del futuro.

Este enfoque se alinea con nuevas concepciones científicas sobre el tiempo, que ya no se considera exclusivamente lineal. Algunas investigaciones incluso sugieren que la conciencia puede influir en su entorno de maneras aún no comprendidas del todo. En este contexto, ha emergido la “neurociencia contemplativa”, un área de estudio que analiza la relación entre la actividad cerebral y experiencias meditativas, místicas o percepciones alteradas del tiempo y el espacio.

Los hallazgos actuales apuntan a un modelo más amplio, en el que la conciencia no sería simplemente un producto del cerebro, sino un fenómeno más complejo, aún por definir. Algunos estudios recientes sugieren que ciertos estados de conciencia pueden ofrecer acceso a información difícilmente explicable desde un paradigma materialista convencional. Estamos, por tanto, en una etapa de expansión y redefinición conceptual del estudio de la conciencia, con un enorme potencial transformador. Mi esperanza es que estos avances en neurociencia contemplativa y espiritualidad científica contribuyan a elevar el nivel de conciencia colectiva, impulsando sociedades más maduras, equilibradas y armónicas.


García Campayo, actual director del Máster de Mindfulness de la Universidad de Zaragoza, atiende a elDiario.es en Palma.

¿Cómo sería realmente un cerebro, una conciencia o un ser humano plenamente desarrollado? 

Aunque no podemos predecir con exactitud hasta dónde podría llegar un ser humano plenamente desarrollado, sí podemos identificar ciertos rasgos fundamentales. Un cerebro y una conciencia en su máximo desarrollo experimentarían el dolor de forma mucho menos intensa, ya que el sufrimiento mental y emocional no amplificaría las sensaciones negativas.

Además, existiría una percepción natural y espontánea de conexión profunda con otros seres humanos y con el entorno. Las cualidades meditativas de amor benevolente, compasión, alegría empática y ecuanimidad serían inherentes, sin necesidad de un esfuerzo continuo para cultivarlas. Desde este estado de conciencia, el deseo de bienestar para los demás surgiría de manera espontánea, haciendo impensable causar daño innecesario a otros seres vivos. La violencia hacia los animales o la indiferencia ante el sufrimiento ajeno serían actitudes difíciles de sostener en una mente plenamente desarrollada.

Esta evolución también conllevaría una conciencia ecológica auténtica, no basada en normas o imposiciones externas, sino en una comprensión profunda de la unidad con todo lo que existe. Esto transformaría radicalmente nuestra relación con el entorno natural y promovería sociedades más pacíficas, cooperativas y equilibradas. En un mundo donde cada persona reconociera su interconexión con los demás, la guerra, la explotación ambiental y el aislamiento emocional serían fenómenos prácticamente inconcebibles.

La violencia hacia los animales o la indiferencia ante el sufrimiento ajeno serían actitudes difíciles de sostener en una mente plenamente desarrollada

¿Cómo podemos equilibrar el rigor científico con la subjetividad inherente a estas experiencias?

Este es un desafío clave. Existe una tensión entre las experiencias en primera persona, como las sensaciones internas durante la meditación o el sueño lúcido, y las observaciones en tercera persona, es decir, los cambios fisiológicos y cerebrales medibles mediante herramientas científicas como la neuroimagen funcional o el electroencefalograma.

Tradicionalmente, no siempre ha habido una correspondencia clara entre estas dos dimensiones, pero los avances tecnológicos recientes están logrando conectar cada vez más la experiencia subjetiva con datos medibles. Hoy en día, la neurociencia ha identificado correlatos específicos en el cerebro durante estados meditativos profundos o experiencias de conciencia alterada, lo que permite validar científicamente fenómenos que antes se consideraban meramente subjetivos. Existen cátedras especializadas en ciencias contemplativas, como en Australia, que están invirtiendo recursos para profundizar en estos estudios.

Sin embargo, vivimos una paradoja: somos la sociedad con mayores avances tecnológicos y bienestar material, pero también una de las que más sufre psicológicamente. Nuestros ancestros, con menos comodidades, tenían mayor tolerancia a la frustración, mientras que hoy cualquier contratiempo genera un sufrimiento emocional desproporcionado. Esta discrepancia entre bienestar material y sufrimiento psicológico es justamente lo que técnicas como el mindfulness buscan abordar.

Es en este punto donde la integración entre ciencia y espiritualidad se vuelve crucial. Comprender los efectos de estas prácticas no solo desde la experiencia personal, sino también desde la validación científica, permite darles un marco riguroso y aplicable a nuestra sociedad. La investigación en este campo sigue avanzando y es muy prometedora, con el potencial de generar hallazgos fascinantes en los próximos años que podrían redefinir nuestra comprensión de la conciencia y el bienestar humano.