Seríamos ilusos si pensáramos que se trata solo de fabricar tanques o bombas. Es inteligencia, es ciberseguridad, son empleos, es adaptación para sobrevivir
Estos días de zozobra no dejo de pensar en Jorge Semprún. Gran intelectual europeo, superviviente de los campos de exterminio del nazismo y luchador incansable contra los totalitarismos que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX. Sentada en un pequeño teatro parisino, en 2007, escuché a Semprún desgranar su última obra, Pensar Europa, resumida en una frase que aún retumba en mis oídos: “el mayor peligro para Europa es el cansancio”.
Europa es mercado único, es libre circulación de personas y de capitales, pero es, sobre todo, el continente de la razón crítica y de los derechos y libertades individuales. Es progreso, solidaridad y democracia. Somos la primera generación de europeos que nace libre de guerras. Construimos puentes, no muros. Desarmamos ejércitos y armamos derechos. Creímos que bastaba con la diplomacia, la cooperación, la interdependencia. Pero la historia, terca como siempre, ha vuelto a llamar a la puerta.