Los más optimistas están convencidos de que el plan anunciado por Trump no es sino un primer paso de un proceso de negociación. Y que la demagogia hiper-nacionalista, casi nazi en alguno de sus extremos, con que ha sido lanzado no tiene otro objetivo que el de congraciarse con su público más radical
El semanario británico The Economist, poco dado a los aspavientos periodísticos, resume este jueves la reacción de la prensa más influyente del mundo a las medidas anunciadas por Donald Trump: “Es el día de la ruina”, dice su titular de portada. No más optimista es el del Wall Street Journal: “La mundialización se ha acabado”. “Hay riesgo de una escalada incontrolable”, dice por su parte Le Monde. Y en esa misma línea se pronuncia el New York Times: “Si la negociación fracasa, la respuesta europea puede ir más allá de todo lo que se ha visto hasta ahora”.
En una reunión de urgencia con empresarios, sindicatos e instituciones, Emmanuel Macron, resurgido últimamente de sus cenizas, ha venido a indicar que esa reacción ya ha comenzado, a la espera de que la Unión Europea adopte una respuesta común, lo cual llevará aún algún tiempo. Porque el presidente francés ha hecho un llamamiento a las empresas francesas para que no inviertan en Estados Unidos. Y eso son palabras mayores.
Sin embargo, nadie tiene claro lo que puede pasar a partir de ahora. Y no pocos especialistas de prestigio de este y el otro lado del Atlántico, no tienen inconveniente en reconocerlo. A todos ha golpeado el tono agresivo, brutal casi, con que Donald Trump ha anunciado sus intenciones. Muchos destacan sin tapujos las mentiras en que se están basados sus planteamientos, la falsedad, rayana en la estupidez, de algunos de los principales cálculos con los que el presidente ha justificado sus medidas.
Pero pocos se atreven a hacer predicciones concretas. Aunque hay un consenso generalizado de que justamente eso, la incertidumbre sobre cuál será la dinámica que finalmente surja del conflicto económico mundial que ya ha estallado tendrá consecuencias muy negativas sobre el crecimiento y la estabilidad. Por eso se habla abiertamente del riesgo de recesión, también, o, incluso, sobre todo, en Estados Unidos. Y de aumento de la inflación.
En este panorama de inquietud sin precedentes en mucho tiempo, faltan sin embargo informaciones o siquiera apuntes sobre lo que puede estar pasando en China. Que no sólo es la segunda potencia económica mundial, el gran rival de Estados Unidos y la principal obsesión de Donald Trump y de sus más fanáticos seguidores. Sino también la principal víctima de su ofensiva: porque los aranceles para los productos chinos que importe Norteamérica -y por el momento lo hace en ingentes cantidades- subirán desde ahora hasta el 54 % de su precio de venta.
Es una barbaridad tan descomunal que no se puede ni pensar que Pekín no vaya a tomar medidas de calado para contrarrestar ese tremendo golpe. Y en su mano tiene instrumentos muy poderosos para hacer mucho daño a Estados Unidos. Entre otras cosas, China es el principal tenedor de títulos de deuda norteamericanos. Que obviamente no querrá devaluar, pero con los cuales puede hacer mucho daño a la estabilidad financiera de Washington.
Los más optimistas están convencidos de que el plan anunciado por Trump no es sino un primer paso de un proceso de negociación. Y que la demagogia hiper-nacionalista, casi nazi en alguno de sus extremos, con que ha sido lanzado no tiene otro objetivo que el de congraciarse con su público más radical. Que no es pequeño y que está encantado con la retórica victimista, falsa de toda falsedad, que el presidente empleó este miércoles. Pero que, en la práctica, lo que pretendería Trump, en línea con lo que siempre ha hecho en su vida profesional, es mercadear todos y cada uno de los extremos de su plan con todos y cada uno de los países agredidos por el mismo.
Es probable que, al menos en parte, esa hipótesis se pueda ir confirmando. De hecho, ese mercadeo conferiría a Trump un poder de intermediación y de protagonismo en la escena mundial que Estados Unidos ha ido perdiendo y que el presidente quiere recuperar. Lo que, sin embargo, también puede conllevar es un desconcierto generalizado y casi permanente a los mercados mundiales, particularmente los de inversión, que pueden afectar negativamente a muchos países, empezando por los propios Estados Unidos. La caída que la bolsa de Nueva York ha registrado este jueves -un 4 %- no augura nada bueno en este sentido. Pero con las bolsas nunca se sabe.
Lo cierto es que, más allá de esas predicciones imposibles de verificar – a las que se añade la de muchos expertos que creen que la jugada le va a salir mal a Trump-, a lo que estamos asistiendo es a una escena que tiene muy malos precedentes en la historia: la de un personaje que se cree con los méritos y la fuerza para hacer lo que le da la gana, sin atender a las limitaciones institucionales y a los condicionantes objetivos que existen en un mundo tan complejo como el actual. Esa es la actitud propia de los fascistas, que llaman ardor guerrero a ese desprecio a todo y a todos y que tuvo en Adolfo Hitler su más nefasta y notable expresión.