‘Pregón’, el nuevo espectáculo de Teatro Anatómico, mira al presente con energía insurrecta: flamenco, trap, pop, rabia y buenas dosis de talento
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Andalucía está mala y su capital, Sevilla, lo adolece como la primera. No son buenos momentos para el arte, y menos para el escénico, que sufre la falta de espacios, la precariedad y la nula capacidad de difusión. Ese es el comecome patrio que, en la capital hispalense, es incluso más lacerante. Por eso, el estreno de la compañía de Teatro Anatómico y su pieza Pregón tiene doble significación. Muestra una obra en torno a los pregones, ese cante flamenco que surge de la venta ambulante, de la parte más outsider del flamenco que supo hacer de la necesidad un arte. Pero, eso sí, para traerlo al puro presente.
Ya desde el comienzo, la voluntad iconoclasta del trabajo queda patente cuando vemos a la cantaora Marenkarma, Natalia Moreno, entrar en escena con flamante patinete eléctrico y escandaloso chándal verde. Además de ella, que no llega a los treinta, está el músico Pedro Rojas-Ogáyar y los bailarines Juan Luis Matilla y Melisa Calero, contemporáneo el primero, flamenca la segunda. Pregón es un experimento entre el concierto y la escena.
Ana Sánchez-Acevedo, que se encarga de la dirección y la dramaturgia, junto con Rojas-Ogáyar, la otra pata de Teatro Anatómico, fue encontrando por el camino a su gente, a esos outsiders de la industria cultural que saben de la fatiga de cómo el mercado te obliga a posicionarte, a hacer marca de ti mismo, a venderte. De eso va Pregón. Y, para hacerlo, decide contraponer varios planos. Por un lado, el mencionado cante flamenco. Por otro, la realidad del creador actual. Y, finalmente, el presente de una sociedad poscatódica que chapotea en la hiperrealidad de las pantallas.
La cantaora Marenkarma en un momento de ‘Pregón’
El espectáculo comienza con sonido de mercado callejero. “Cuatro kilos de mandarinas a un euro”, “bragas, bragas a un solo euro”, se oye en la sala. Pero Pregón centra su anclaje más allá, en dos figuras providenciales del flamenco. El primero es El Niño de las Moras, cantaor del puerto malagueño de El Palo que nació en 1986 y murió en 1970, cuando seguía viviendo en la cueva del mismo barrio que lo vio nacer. Este cantaor, recuperador del cante del jabeote y especialista en Chacón, tiene un pregón que lleva su nombre, en el que añade una conversación que una vez vio entre un padre vendedor ambulante y su hijo: “Anda Zarapico hijo que es tarde anda / Anda papaíto que yo no puedo andá / Que se me han roto las arpargatas / Y se ma clavao un cristá”. Un cante con el que ya trabajó Luz Arcas en Mariana.
En Pregón se contrapone ese cante, ese eco, con unas imágenes proyectadas que no cesarán durante toda la obra, extraídas de las redes. Imágenes en cascada, insoportables, de vendedores de humo, de marketing alocado, de selfies y exposiciones continuas de la identidad. Estas imágenes, donde van pasando todas las pesadillas del presente que demasiado alegremente parecemos asumir como cotidianas, están trabajadas con otro agente del under sevillano, el artista Alex Peña.
El otro eco del pasado es el del gaditano Francisco Gabriel Diaz Fernández, conocido como Macandé, mito absoluto del cante que vendía sus caramelos por Cádiz antes de la Guerra Civil. Él mismo los envolvía en cromos de los toreros famosos del momento. Así consiguió que los niños lo buscaran por las calles, atentos para escuchar este cante: “A la salida de Asturias, a la entrada en la montaña, fabrico mis caramelos para venderlos en España. Si los quiere de menta, yo los tengo de limón. Los tengo de Gaona, Belmonte y Vicente Pastor”.
Juan Luis Matilla, en un momento de ‘Pregón’
Macandé se casó con una mujer sorda con la que tuvo tres hijos también mudos. Aquel silencio lo trastornó y acabó viviendo de manera ambulante con sus caramelos a rastras. Un día, el General Sanjurjo quiso hacerle repetir un cante y le ofreció 20 duros. Macandé se negó y acabó exiliado en Ceuta, donde cuentan que la grifa acabó por desequilibrarlo y lo internaron en el manicomio.
El eco que acoge Pregón se resume en dos hombres del pueblo que, sin formación, regeneraron el arte fuera de circuitos y ventorros, huyendo siempre de la pleitesía y la sumisión al pecunio, que vivieron voluntariamente en los márgenes. Unos márgenes donde la necesidad de venderse se convierte en pura dignidad redimida. Este eco se proyecta desde la potente garganta y presencia de Marenkarma, joven cantaora que, al igual que clava los dejes de soleá y malagueña del pregón, tiene medio pie en el flamenco que hoy se cruza con el trap, el rap y el pop. Marenkarma está benditamente asalvajada y eso en escena tiene una fuerza descomunal, algo que ya demostró con Fire Pérez en el tema Villablanca.
Marenkarma canta bajo la guitarra eléctrica y ruidista de Pedro Rojas-Ogáyar, mientras las imágenes imparables de un TikTok de pesadilla siguen cayendo en la escena. Melisa Calero interviene con un baile lleno de ironía y de esfuerzo desmedido por sobresalir, exagerando el gesto, haciendo parodia del baile femenino sexualizado. A su vez, Matilla intenta poner la intimidad racional del coreógrafo.
La cantaora Marenkarma tras su tutorial de maquillaje
En ciertos momentos, la pieza es un tanto confusa, pues parece que se busca en una narratividad que no se llega a instaurar, que siga dejando respirar a la pieza en lo performático. Es un camino arriesgado, donde uno puede caer en una mera sucesión de cantes y bailes. Pero, en otras ocasiones, la pieza consigue hilar bien y llega a componer escénicamente. Es una composición que tiende a la soledad, pues cada intérprete va quedándose en un rincón, aislado en su propio bucle. La propia pieza alerta de esta sociedad anticomunitaria, pero lo hace con belleza, acabando en un cante esperanzado. Especial es el momento en el que Marenkarma se queda en un rincón de la escena y, siguiendo un tutorial en el móvil, se maquilla hasta la extremaunción.
El estreno tuvo lugar en el máximo bastión del teatro público sevillano, el Teatro Central. La misma tarde del estreno se pudo ver en el mismo teatro a una de las grandes de la performance francesa, Phia Menard y su compañía Non Nova. Presentaron ART.13, teatro visual y performático de una factura impecable, con una producción de luces, sonido y espacio perfectas. Un trabajo de espíritu anarquista y políticamente beligerante. Un teatro que justamente en España está hoy desapareciendo. El contraste de la velada en el Teatro Central fue brutal.
Pero Pregón, aparte de la calidad y pertinencia de su propuesta artística, es una reunión no autorizada, un conciliábulo de buena parte de las fuerzas vivas de la escena independiente sevillana. Y es en ese gesto donde reside parte de su fuerza y sentido. A Melisa Calero, bailarina bregada y larga, la encontró la directora Sánchez-Acevedo en otro pulmón under sevillano, el bar La bicicletería, cuyas acciones y performances organizadas por Dominique Serena Antignano hacían a Calero bailar impenitentemente de rodillas. Con el bailarín Matilla lleva ya la compañía trabajando desde su primera propuesta, San Vito, espectáculo que nació en el Teatro Lope de Vega (que hoy sigue cerrado por obras). Matilla viene de una de las compañías sevillanas experimentales que hace veinte años se la jugaron, Mopa.
Un momento de la obra ‘Pregón’
Cuenta la directora de Teatro Anatómico que conoció a Marenkarma en una juerga flamenca en el festival Fiebre del Cante. “A las 4 o las 5 de la mañana de repente salió Natalia con legañas y se cantó en un pijama de raso rosa una alegría impresionante. Ahí empezaron a llamarla ‘la diosa blanca’ y yo pensé, ‘quiero trabajar con ella’”, confiesa a este periódico sobre esta cantaora que ya está en la programación de la nueva edición que el festival está preparando para mayo y que, aviso a navegantes, seguro seguirá dando mucho que hablar.
La pieza es claramente imperfecta, es una obra que está naciendo, que necesita ir definiéndose. Pero, para eso, se necesita poder hacerla, trabajarla en escena. Algo que en Sevilla y alrededores se está poniendo muy difícil. Las causas son múltiples, algunas muy locales. Pero esta pieza también sirve para constatar la capacidad de respuesta de este colectivo, su frentismo, su hálito insurreccional y sus buenas dosis de talento.